Sierra de Líbar, espacio y frontera natural entre las provincias de Cádiz y Málaga.
MALAGADITANÍA: Espacio geográfico nuevo, entre lo real y lo soñado, creado por F. Ruiz y F.J. Rodríguez, que engloba la esencia paisajística, histórica y etnológica común de la tierra malagueña y gaditana, unidas en una sola geografía compartida.

CAMINERIA:

Suma de los elementos que componen el camino, el caminante y su entorno.

Estudio de las vías de comunicación, de su relación con el entorno geográfico y social y con los itinerarios físicos, históricos, económicos, culturales y literarios.
Definición del II Congreso Internacional de Caminería Hispánica (Año de 1994).

Si a estas ideas les añadimos las de patrimonio público y entorno medioambiental a defender y difundir podíamos tener un concepto aglutinador de enorme atractivo general y portador de grandes posibilidades en la defensa y puesta en valor de nuestra herencia ancestral...

LA RUTA DE LOS 7 TEMPLOS

Próximamente os invitamos a descubrir una ruta mágica llena de encantos naturales, de fuerzas telúricas y restos del pasado sorprendentes llenos de misterio y leyenda...La Ruta de los 7 templos, un antiguo periplo costero de más de 2.500 años de antiguedad.
http://ruta7templos.blogspot.com















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jueves, 26 de abril de 2007

Un paseo por el Cerro de los Barreros ( Cerro Ceuta )

Imagen de las ruinas del horno romano.

Una de esas apacible tardes primaverales puertorealeñas, en la que mi amigo Francisco y yo decidimos recorrer la vereda por la que probablemente caminaran, veinte siglos atrás, esclavos, libertos y artesanos diversos, mi desbocada imaginación se aventuró a penetrar por los mil y un vericuetos de mi cerebro, donde intuyo se esconden los olvidados registros de mi memoria. En consecuencia, sin proponérmelo, mi mente sedienta de conocimiento ya había retrocedido en el tiempo en la que centenares..., miles de imágenes se reprodujeron veloces en mi cabeza materializando un espejismo, más idealizado que veraz, de la época que intentaba evocar. Por fortuna, fui consciente de la engañosa realidad de la que suelen adolecer tales visiones, ya que mi subconsciente, sólo sería capaz de reproducir una mínima parte de todo lo que asimiló a través de las novelas de aventuras, tratados de historia, comics, el cine y los museos arqueológicos que he alcanzado visitar.

Panorámica del bosquecillo de almendros.

Con una imagen preconcebida de la época y lo mismo pienso mi amigo, emprendimos la aventura de la exploración de los hornos romanos ubicados en el cerro de Ceuta. Para ello recorrimos el siguiente itinerario: estación del ferrocarril; puente que salva las vías; calzada asfaltada paralela a la línea férrea dirección Casines; barriada de la Marroquina; camino de tierra que conduce a los barreros; primer carril a la izquierda; doscientos metros cuesta arriba y al flanco izquierdo, la campiña que acoge los vestigios romanos que deseamos visitar.

La contemplación del entorno nos trasladó, sin mayor esfuerzo, a los tiempos de actividad de aquellos dos hornos (Siglos I-II de nuestra era).

Abejas revoloteando atraidas por el reclamo oloroso del cantueso.


Los dos hornos romanos emergen solitarios en la ladera de un pequeño remonte coronado de eucaliptos. Por fortuna para los amantes de la arqueología los hornos están protegido con una malla metálica, lo que no impide que se puedan estudiar. Por todo el contorno es fácil observar restos de ánforas, ladrillos y tégulas.

Otra imagen del bosquecillo de almendros.

La vegetación que rodea a los hornos también es sugerente: melosa, retama, ruda, tomillo, cantueso, matagallo, hinojo, zarzamora, acebuche, pita, chumbera y un sorprendente y casi intacto almendral en plena exuberancia gracias a las últimas lluvias, sirviendo de goce para nuestros sentidos. Las plantas que nos rodeaban, nos traían evocaciones con sus fragancias impregnando el aire, al famoso “garum” que aquellos hombres elaboraban en las factorías de salazón del entorno. Una salsa, muy apreciada entonces, a base de salmuera y vísceras de pescado curadas al sol, condimentada con tomillo, romero, ruda y otras plantas aromáticas.
La sombra de un almendro proyectada en la hierba señala a su otro compañero del bosque.

Una construcción que enseguida acapara la atención del visitante es lo que algunos equivocadamente han dado por llamar “castellum aquae ”. Una elevada obra circular de sillarejos reforzada con contrafuertes de interesante apariencia simulando un castillete, pero en realidad se trata de una noria. Una obra romana, tal vez, remozada con frecuencia en épocas más cercana para mantener viva su utilidad.


El mal denominado "castellum aquae" y su apariencia de pequeña fortaleza.

En la reducida zona donde se ubican los citados restos afloran nada menos que cuatro pozos, lo que viene a indicar que los hornos estaban situados sobre un importante acuífero. Hechas las averiguaciones comprobamos que todavía se encuentran activos. Un pastor los utiliza a diario para dar de beber al nutrido rebaño de ovejas que pululan por el entorno.

Vista de su parte superior, dando la impresión de ser un pequeño castillete.

Esta imagen, los hornos principalmente, el paisaje circundante y las maravillosas panorámicas que el particular enclave, uno de los oteros más altos de todo el contorno, nos ofrece de la Bahía, puestas de sol incluidas, justificó sobradamente nuestra visita.

Interior que demuestra que es una antigua noria.

Una última y ya para terminar curiosidad, esta vez relacionada con la toponímia que habría que mencionar, es que si bien todos los mapas señalizan oficialmente el lugar como Cerro Ceuta, un nombre para el que no hemos podido averiguar el porqué de tal denominación que hace referencia a la ciudad norteafricana española, lo más llamativo es que ya puedes pedir indicaciones y preguntar a los lugareños que frecuentan y habitan la zona que no la conocen por tal nombre, sino que el calificativo toponínico popular que ellos dan al paraje es el de Cerro de los Barreros, y ahí si que no nos hace falta indagar para dar la solucíon a tal nombre.

Ella ya la hemos dejado traslucir a través de las líneas de esta pintoresca evocación. La gente del lugar puede no saber, ni tiene por qué saberlo, que ese cerro y sus materias primas, barros y aguas subterráneas que presenta en abundancia, fueron usadas en la antiguedad más remota por los romanos, pero si que saben que en algún momento desconocido tiempo atrás, alguien, otras gentes se han aprovechado para su uso de esos mismos elementos naturales y sus huellas aún permanecen marcadas sobre el paisaje, como verdaderos registros fósiles, dándole nombre alternativo y más veraz y acertado al lugar.

Nosotros también hemos querido dejar constancia de ellas en estas palabras, en la esperanza de que el desarrollismo exarcebado que hoy día inunda a nuestros pueblos y ciudades no acabe de una manera desastrosa con parajes como este, que sigue mantiendo con cierta fidelidad las sensaciones paisajisticas naturales y la memoria de nuestro pasado...

Antigua cantera de extracción de barros romana, convertida gracias a esa acción antrópica antigua en un paraje lagunar temporal.

Francisco Ruíz Serrano. / Francisco J. Rodríguez-Andrade.

martes, 24 de abril de 2007

Torres almenaras y torres vigias de la Bahía de Cádiz durante la época moderna

Vista del siglo XVI de las almadrabas de Hércules con sus torres vigias, Cádiz al fondo y panorámica del saco de la bahia. (pinchar sobre imagen para ampliar)


Si bien es verdad que ya en la Edad Media y aún antes, en la propia época romana las costas gaditanas contaron con un sistema de comunicación visual a distancia, no es en rigor hasta el año 1503 que se establece el primer sistema regular de señales del que se tiene noticia fidedigna, para comunicar las distintas poblaciones de la bahía.


Estas señales de socorro, como así fueron denominadas, ponían en comunicación visual la propia ciudad de Cádiz, con el vecino Puerto de Santa María y un poco más al interior, Jerez de la Frontera. Desde la torre principal del castillo de la Villa de Cádiz, se enviaban señales a la ermita de Santa Catalina en El Puerto, de allí a la torre del homenaje del castillo de San Marcos, igualmente en El Puerto, el cual, enviaba las señales a la antigua ermita de la Sierra de San Cristobal, el punto más alto de toda la bahía gaditana. De hecho, allí está situado hoy día un vértice geodésico y por último destino, la torre de la atalaya de la iglesia de San Dionisio, ya en Jerez. El sistema de señales empleado para tal fin era, la ahumada de día y la almenara, de noche.


Más tarde, en concreto, en 1702, durante la guerra de Sucesión y para avisar de la amenaza de escuadras enemigas,todo este sistema será sustituido por uno más perfeccionado de señales de banderas, denominado telégrafo marino. La vigia marítima de Cádiz utilizó para tal fin diversas torres miradores de la ciudad, pero a partir del año 1778 y hasta su desaparación, estuvo en la torre más alta de la ciudad, en la Torre de Recaño, más conocida como Torre Tavira, con sus 34'55 mts, ubicada en la zona más elevada de la topografía de la ciudad. Manuel Danio Granados fué el nombre del primer vigia de dicho sistema.



Imagen de la Torre Tavira o de Recaño.

La 1ª vigia marítima estuvo en la casa del Padre Calderón, en el barrio de Santa María, seguramente en el mirador que hay en la Cuesta de las Calesas, posteriormente en la casa de las Banderas, en la calle San Pablo, hoy llamada Virgen de las Penas, en el barrio de la Viña, seguidamente en la calle Torre y en la Plazuela de las Viudas, esquina calle Vea Murguia.



Desde 1779, para las comunicaciones entre las vigias de Cádiz y San Fernando, esta situada en Torre Alta, junto al Real Observatorio de la Marina, se emplean cuatro formas distintas de banderas combinadas a su vez en cinco posiciones, consiguiendo con ello, un total de cuarenta y nueve señales distintas. Posteriormente se cambiaron algunas de las señales y se añadió una bola que colocada en distintas posiciones, notificaba la procedencia geográfica de los barcos identificados:



-bandera ( cuadrada )



-rabo de Gallo ( triángulo )



-corneta ( con dos triángulos )



-gallardete ( estrecho y largo )



También había varias señales de control, como la corneta roja, que indicaba confirmar mensaje y el gallardete azul, para repetir dicho mensaje.



Este útil sistema gaditano de comunicación visual se limitó a controlar el puerto de Cádiz durante varios siglos, con dependencia directa del Capitán General del Departamento marítimo, ubicado en San Fernando y del Comandante del Tercio Naval, en la propia Cádiz.


Panorámica de Torre Alta y el Real Observatorio de la Armada en San Fernando.

Hasta aquí, esta pequeña semblanza histórica de las distintas torres y almenaras y de sus sistemas de comunicación, que han protagonizado el devenir de la bahía de los últimos siglos hasta la introducción de métodos más modernos de envíos de mensajes, como por ejemplo el telégrafo óptico, el cual, terminó por sustituir a todo esto. Queda pués para otra ocasión hablar de ello, así como de otras torres y almenaras que tuvieron también su propia historia singular dentro de los hechos históricos gaditanos y que no podemos dejar en el olvido, como Torregorda, las torres de Hércules de la almadraba del mismo nombre, la Petitorre en Puerto Real, la Torre del Puerco y Torre Bermeja en Chiclana y demás torres miradores dentro de la ciudad de Cádiz y de otras poblaciones de la Bahia. Quede fé de nuestro compromiso en estas lineas, para otra próxima ocasión...



lunes, 2 de abril de 2007

Trocadero. La batalla que nadie perdió

Maqueta del Trocadero con sus instalaciones de los siglos XVIII y XIX. ( Pinchar imagen )

Una mañana, fuera de lo que la climatología nos tenía acostumbrados, amaneció con el cielo milagrosamente entoldado; y por eso de que el calor se había relajado, decidí llegarme hasta el Trocadero para echarle una mirada a la patera que allí tengo varada. Me acerqué en coche, por si las nubes resultaban que eran legales, y el de arriba se dejaba caer con al menos un chubasco de esos que no te da tiempo ni para dar con una casapuerta donde guarecerte.
Maqueta del Trocadero con sus instalaciones de los siglos XVIII y XIX.
Los asiduos al lugar, pescadores, mariscadores y gusaneros, me saludaron sorprendidos al advertir mi presencia. Y no es que estuvieran ante un extraño, la razón se debía a mi prolongada ausencia. El bote hacía meses que se tostaba en tierra, ya podía verse el caño a través de la separación de las tablas resecas de sus costados. Más de uno de los allí presentes me lo había advertido. Sabiendo que estaban sobrados de razón aguanté sus recriminaciones y también sus bromas. Dejé a cada uno con su labor y me acomodé en mi pequeña embarcación. Su eslora no alcanza los cuatro metros. Sentado en el banco de proa eché distraídamente una mirada al cielo, a las gaviotas que por allí pululaban y a la escalinata de piedra del otro lado caño, la que daba acceso a las ruinas de la salinera del "Consulado". Dos jóvenes gusaneros remontaban sus desgastados escalones en esos momentos, y un tercero, cruzaba a nado en sentido contrario, la distancia que lo separaba del embarcadero del lado de Puerto Real. Aquella pétrea escalera siempre había reclamado mi atención, Desde que era un muchacho y la veía cada día a través de la ventanilla del tren de los trabajadores del astillero de Matagorda. Entonces había actividad en ella y en la salinera antes aludida. Embarcaciones de regular calado llenaban sus bodegas con la sal que transportaba una destartalada cinta de goma accionada por un ruidoso motor de gasoil. Aún recuerdo cómo me devolvían la mirada aquellos enigmáticos peldaños de la escalinata. Y que yo me decía ¡algún día desentrañaré los misterios que ocultas con tu pertinaz mutismo! Así, rememorando otros tiempos, recordé mi aventura de indagar en los orígenes de todo aquello que en esos momentos me rodeaba, el cantil de piedra que a intervalos emergía del fango en la orilla opuesta del caño, los ruinosos diques secos inundados caprichosamente por las mareas, las misteriosas construcciones que asomaban entre la verdeante vegetación en la que abunda el espino, los desmoronados esteros, las sobrias ruinas del fuerte San Luis, la desgastada escalinata que me hablaba en silencio. Entonces supe que sus orígenes se pierden en el tiempo, que este lugar lo pisaron todas las civilizaciones que invadieron nuestra península, que fue testigo de saqueos, de comercio próspero y de grandes batallas. Me viene a la memoria aquella que ningún contendiente perdió y que ostentan en sus naciones símbolos recordatorios de haberla ganado. El Centro Cívico Trocadero de Londres y la visitadísima plaza parisina del Trocadero. Me refiero a la acaecida el año 1812 en la que España aliada, a la sazón con Inglaterra, unieron sus fuerzas para luchar en este inquietante escenario contra el invasor francés. La que dieron por llamar, la batalla del Trocadero. Dos siglos después, cercana ya, la fecha de la celebración conmemorativa del segundo centenario de "la Pepa", nuestras autoridades parece que tienen intención de remediarlo.
Texto: Francisco Ruiz Serrano
Fotos: Francisco J. Rodríguez